03 agosto 2012

XIPHIAS CAPÍTULO XII POR GABRIEL GUERRERO GÓMEZ


Capítulo XII

Cuando los latidos están contados

“La tecnología modifica a la raza humana de una manera directa o indirecta, a medida que ésta progresa desde sus hábitos de vida, costumbres, forma de pensar e incluso la manera de percibir la realidad en la que se halla inmersa. ¿Sucederá lo mismo con nuestro espíritu?”.
                                           
                                                  Chakyn Chakiris
(Repercusiones de un mundo artificial en nuestra génesis).


Löthar, Asey y Ekonyes aún continuaban en suelo enemigo, adentrándose en lo más profundo de un espeso bosque en el planeta Segatnia. Inesperadamente, un par de Depredadroides se abalanzaron sobre ellos. El cuerpo de Asey se contorsionó bailando entre los furibundos zarpazos de las bestias de guerra de Sagittanovs. Ekonyes y Löthar dieron buena cuenta de ellos disparando a quemarropa. Asey asintió con agradecimiento a sus aliados. La batalla estaba alcanzando su punto cumbre. En aquel caos algunos infantes de Sagittanovs caían aplastados por sus propios compañeros al perder el control de sus vehículos.

Löthar observó cómo un Shinday aceleró la moto—jet que acababa de robar lanzando un estremecedor grito, disparando y atravesando los omóplatos de un rival, cercenando el brazo de otro con su katana y saltando, y tirando finalmente a un teniente enemigo que apenas abrió los ojos cuando sintió cómo le hundían una espada en el pecho, tiñéndose sus ropas con un oscuro y pegajoso charco de sangre.

Como contrapartida, unos metros más atrás, un francotirador de Sagittanovs tenía enfilado en el punto de su mira telescópica a un Shinday con una blanca perilla, siguiéndole pacientemente hasta tenerle bien enfocado. Se dispuso a apretar el gatillo y apenas si llegó a acariciarlo con la yema de su calloso dedo, cuando sintió a sus espaldas a otro Shinday que le seccionaba salvajemente un brazo, después el otro y finalmente la cabeza, ensartándole con la katana empuñada con ambas manos como a un trozo de carnaza, mostrando a Löthar toda la crudeza del combate. Cuando se desataba la furia de los Shinday, Löthar comprobó que podían llegar a ser extremadamente sanguinarios. En esos instantes de confusión y disparos, las baterías antiaéreas surgían del suelo en lo poco que se mantenía aún en pie en la base, con sus características burbujas blindadas de cristal transparente.

Terribles detonaciones retumbaban por las incontrolables colisiones de cazas locales, desviados de sus trayectorias, contra vehículos estacionados en la superficie, seguidos por un intenso bombardeo sobre las escasas instalaciones al descubierto de su muelle.

Frenéticas operaciones de ataque y defensa salpicaban los alrededores del complejo. Los Xiphias de Löthar se estaban empleando a fondo. Asey apenas si pudo ocultar una mueca de dolor al identificar restos carbonizados de algunos de sus guerreros Shinday. Su mirada recorrió de nuevo los linderos de los bosques de alrededor con mucha calma. Mientras tanto, algunas avanzadillas blindadas proseguían en silencio tratando de darles caza. Sus semblantes mantenían una expresión de alerta en tanto sus pilotos conectaban los disparadores automáticos de sus vehículos. Su oficial al mando, con un seco ademán, destacó a tres de sus francotiradores mejor equipados y más rápidos, ordenándoles que se acercaran para cortarle la retirada a un Shinday que corría desesperado, lo querían vivo a ser posible.

Un golpe de helado viento acarició sus mejillas. El Shinday se giró inesperadamente para plantarles cara y le lanzó a su perseguidor más inmediato, un mandoble en la cintura, siendo interceptado al instante por su rival, contraatacando a su vez con un sablazo vertical directo a la cabeza del Shinday. El guerrero lo detuvo, cruzando su puñal y katana en un mismo tiempo sobre su cabeza, contragolpeando directamente al cuello del soldado de Sagittanovs. Un borbotón de sangre surgió al seccionar su carótida. El guerrero Shinday se desembarazó del flácido cuerpo de su rival, corriendo como alma que lleva el diablo. A su alrededor, saltando desde los árboles, el suelo y la maleza, guerreros Shindays los rodearon con rapidez. Otro guerrero,  tras degollar a un soldado y robarle su moto—jet, le echó un lazo al cuello a otro centinela de la milicia local, sujetando la cuerda de diantalinio a los mandos de la moto—jet, arrastrándole por toda la tierra creando un surco rojizo después de darle el golpe de gracia, enterrando su cuchillo en el cuello y limpiándoselo con el forro de su grisáceo uniforme. No terminó de levantarse el Shinday cuando sintió cómo desde la otra punta del campo de batalla, un soldado con su rifle láser le disparaba haciéndole estallar en mil pedazos el cerebro. Tras otra cegadora explosión, entre la bruma, no quedó nada, ni el más mínimo rastro, sólo una deforme masa de ramas partidas, tierra carbonizada y jirones de ropa consumiéndose en llamas. Asey no dejó de correr y condujo a Löthar por un estrecho sendero. Un par de cazas camuflados los aguardaban. Löthar identificó para su sorpresa que no eran exactamente cazas, eran aero—triplazas.
—Son aero—triplazas. No cabemos —observó molesto.
—Sí, solo que un poco apretujados —gritó Asey —. ¡Todos los nuestros han logrado salir del orbe!
 —Excepto nosotros —gruñó Ekonyes.
—¡Rápido, entrad! —ordenó Asey.
En el interior de la cabina, tras iluminarse el holo—instrumental de pilotaje, Asey, sin pensárselo dos veces, conectó el triple propulsor del aero—triplaza. El ramaje desfiló con fulgurante y apenas perceptible rapidez a ambos lados de su campo de visión, sintiendo sus ocupantes cómo, tras un brusco tirón, se hundían en sus asientos y velozmente tomaban altura, trazando un arco ascendente y adentrándose en un espeso bancal de cumulonimbos. El segundo aero—triplaza se les unió. Una potente deflagración los embistió desviándoles de su ruta, y separándoles de su nave acompañante. A Asey le costó retomar el control y rumbo de su aparato. Ekonyes se golpeó la cabeza con su ventanilla, soltando un largo gruñido acompañado de una larga retahíla de palabrotas por lo bajo. Tras recibir un duro castigo, algo dentro del casco de la nave comenzó a silbar.
—Esto pinta mal, nos han localizado —comentó Löthar.
—¿Y la otra nave? —preguntó un dolorido Ekonyes.
—Están vivos, pero hemos perdido el contacto visual.
Uno, dos, tres y hasta cuatro impactos sacudieron la cabina del aero—triplaza arrancando los gritos de sus ocupantes. Su aparato enlazó diversos cambios bruscos de dirección para descender casi al ras del agua, en tanto la ondulante silueta de su casco se reflejaba en su líquida superficie. De nuevo, su nave rotó sobre sí misma hacia la izquierda, ascendió, descendió un poco más y trazó un arco ascendente ganando potencia para dibujar un pronunciado y cerradísimo tirabuzón en el aire y virar e introducirse entre los manglares de un enorme pantano. Asey mantenía su mirada clavada en el panel de seguimiento con inquietud. Una ininterrumpida lluvia de dardos de luz los rodeó desde atrás. Algunas ráfagas de lanzas luminosas se perdían en la lejanía a ambos lados de su aparato. Tres cazas de Sagittanovs se acercaban con demasiada rapidez. El morro de su cápsula temblequeó tras sufrir otra nutrida descarga de chorros láser. Asey, con un vertiginoso quiebro, logró esquivar algunas masas de árboles y rocas. Un violento impacto arrancó un penacho de oscuro humo de la panza de su nave.
—Ha sido un motor —se lamentó Löthar.
—Me temo que son más rápidos que nosotros.
—Conectaré los auxiliares —dijo Asey.
—Creo que han destrozado los canales de refrigeración de la cápsula —observó Ekonyes.
—¡El motor se va a recalentar! —exclamó Löthar.
—Esto va a estallar si no…
—Podremos aguantar un poco más –murmuró, con la mandíbula apretada, Asey.
Fuertemente sujetos a los mandos y respaldos de sus asientos, descendieron volteándose hacia la izquierda en un principio y maniobrando bruscamente hacia la derecha. Los mandos de pilotaje temblaban en las manos de Asey por las sacudidas láser. Se adentraron por un espeso mar de niebla que humedeció con diminutas gotas los cristales blindados de su carlinga. Asey conectó las rojizas luces de emergencia. Sólo a través de sus pantallas de seguimiento pudieron distinguir los relieves del terreno. Accidentes, montículos, juncales, marismas, huecos de charcos y humedales de los pantanos a sus pies. Asey acercó su aero—triplaza al agua una vez más.
—No podremos aguantar mucho más —le advirtió Löthar.
Asey acercó su aparato a la superficie, se sumergió violentamente y conectó su camuflaje de profundidad. Aguardó en silencio comprobando cómo sus perseguidores volaban trazando círculos concéntricos en el aire.
—Si tardamos vendrán muchos más —le avisó Ekonyes.
—Con nuestro sistema de camuflaje no creo que…
—Saben por dónde buscar, Asey —señaló Löthar con tensión en la voz.
 —Aguarda, tengo una idea. ¡Maldita sea! Tenemos una vía de agua —maldijo Asey.
—Debemos ir a la superficie —aconsejó Ekonyes.
—¿Podemos aislarla? —preguntó Löthar.
—Negativo, tenemos dos más. Debemos evacuar la nave o nos ahogaremos —confesó Asey.
—¿Sabes lo que eso significa? Los pilotos de Sagittanovs nos masacrarán ahí arriba —afirmó Löthar.
—Mejor eso que morir aquí ahogados, comienzo la maniobra para alcanzar la profundidad de superficie. Intentaremos ocultarnos en uno de los pantanos.
Asey se acercó cuanto pudo a la orilla. Abandonaron con rapidez el aparato, sintiendo la cortante gelidez del agua. Oyeron una triada de explosiones no muy lejos de su zona sobre sus cabezas. Súbitamente, unos potentes focos de luz les cegaron la vista.
 —Esto es el fin —murmuró Ekonyes echando mano desesperadamente de su arma.
Con un hábil giro, la nave que los enfilaba con sus focos luminosos, se giró mostrando la silueta del otro aero—triplaza. Desde la cabina uno de los pilotos conectó la luz interior para identificarse al tiempo que les hacía señales para que se acercaran. Era Elektra Zephyrus. Löthar y Ekonyes soltaron un grito de júbilo tomando por el brazo a Asey. Ekonyes les precedió trabajosamente por aquel cenagal. Cuando los latidos están contados es el final. Por fortuna no es este nuestro caso, ya tendremos otro día para morir, reflexionó el líder Rebelis mientras se introducía en la cabina de pilotaje.

—¡Salgamos de este pestilente lodazal! —gruñó Löthar en tanto la nave ponía rumbo al planeta Ankorak.

 



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