07 febrero 2011

SHINDAY CAPÍTULO V



V
LAS MONTAÑAS DE NEMUS-IRIS

“-Hemos nacido para sufrir -dijo un hombre sin fe.

-Y también para vivir -le contestó otro con fe”.
Crónicas orales de Zaley-te.

Era conocida por los lugareños Rebelis como la tierra de los cráteres azules; estaba repleta de ríos de agua helada que se deslizaban hacia el mar congelando todo lo que encontraban a su paso. El día terminaba con lo que parecía el presagio de una ventisca, y las temperaturas descendían a la par que se aproximaban las tropas imperiales. Un pequeño foco de resistencia Rebelis se había ocultado en una aldea de las muchas que salpicaban el valle Neremu; era una añagaza tan sencilla como efectiva. En esos momentos, Stephan Seberg abandonaba los protocolos de seguridad como Premier de Sisfron, para convertirse y luchar como Asey, el Gran Munjat de los pueblos Rebelis.

Desde uno de los puestos de vigilancia observaba con sus priglar, prismáticos de largo alcance con lentes nocturnas, el avance de las tropas del general Zarkoff. Les espera un buen recibimiento, pensó. Sobre una fina capa de nieve en la que aún era factible moverse, avanzaban con lentitud, muy seguros de sí mismos y de su fuerza. Por un segundo, Asey aumentó la capacidad de alcance de sus priglar; una hilera de datos descendió por la derecha de su campo de visión; se centró en los robustos levita-carros de combate imperiales, viendo que los habían señalizado con la bandera roja-negra y con el doble águila de platino en su centro, para alertar a los cazas de escolta y así evitar que los confundieran con sus objetivos; Asey sonrió murmurando unas palabras ininteligibles.

-Mutan-Tay, ¿están preparados los hombres?

-Sí, Asey, están a la espera de tus órdenes. El cerco está cerrado -explicó Mutan-Tay.

-¿Y nuestros cazas?

-Dispuestos.

-No empezaremos hasta la llegada de Nusedy. Avísame en cuanto llegue.

-Así lo haré.

-Mientras tanto, no quiero que nadie se mueva.

-Como ordenes Asey, no pierdas cuidado -aseguró Mutan-Tay.

Las pupilas de Asey se posaron en la aldea; prácticamente había sido destruida por los bombardeos de los cazas del Imperio. Otra irónica sonrisa se dibujó en su rostro. Cuando los soldados de Zarkoff fueran a ocuparla, no iban a encontrar refugios donde parapetarse, y el perímetro minado les volaría en pedazos en unos de segundos. Por su parte, los guerreros Shinday aguardaban, atrincherados, en los alrededores, con fría calma, apoyados por anticarros camuflados y vehículos blindados de combate.

No muy lejos de la posición de observación de Asey, un carro Rebelis saltó por los aires hecho añicos como si de un juguete se tratara; a su lado, otro vehículo en llamas permanecía inutilizado, víctima de las densas cortinas de fuego de la artillería imperial; un par de guerreros, el conductor y el artillero, corrían tropezándose con el fuego prendido en sus espaldas. En ese instante, los mejores aliados de Asey, eran el frío y la nieve.

-¡Mutan-Tay! -gritó Asey.

Mutan-Tay regresó junto a Asey medio jadeante y gateando.

-Dime la temperatura…

-Las condiciones meteorológicas se endurecerán en las próximas horas, Asey. Estamos a cuatro grados bajo cero y bajando.

-¿Y?

-Queda poco tiempo de luz. Habrá una fuerte tormenta en no mucho tiempo.

-Bien… ese será su fin. Prepárate para soltar los señuelos, ¡rápido! -ordenó Asey-. Que nuestros francotiradores se centren en sus oficiales.

-Dame sólo un minuto, Asey -rogó Mutan-Tay prudentemente.

Un viento que cortaba el rostro cual cuchilla invisible, comenzó a levantarse en el valle. Asey contó hasta diez batallones de asalto imperiales que comenzaban a cruzar el río que conectaba con la aldea; un poco más a la izquierda, en un espeso bosque de coníferas, ocultos y al acecho, se hallaban el grueso de los guerreros Rebelis. En ese instante, Mutan-Tay apoyó su mano en el brazo de Asey.

-¡Nusedy ya está aquí! –confirmó, apenas controlando su excitación.

-Bien, conecta ahora con Nordacu Rasup.

-Aquí Mutan-Tay… responde, Nordacu, responde -dijo Mutan-Tay acercando su intercom de pulsera a los labios-. ¿Nordacu?

-Nordacu al habla.

-Prepara a tus hombres para la contraofensiva -dijo Asey.

-Bien, cuando tú ordenes, Asey. Todo está dispuesto.

-Tres, dos, uno… ¡Ahora! -gritó Asey.

-¡Hecho! Hombres fuera.

Súbitamente, desde el bosque de coníferas, los guerreros Rebelis camuflados con sus mantos para la nieve, abrieron fuego con sus armas ligeras, multizumbadoras y antitanques sobre los blancos seleccionados previamente; interminables líneas rojizas cortaron el aire con sus característicos zumbidos; los tanques a suspensión que escudaban a las tropas de infantería imperiales, avanzaron hacia las posiciones Rebelis en línea, pero, inesperadamente, se detuvieron ante el intenso fuego que desbarató el despliegue de su infantería. Cuando sus levita-blindados giraron para reagruparse, su flanco izquierdo quedó expuesto a las certeras descargas de los cañones a suspensor autopropulsados de los Rebelis, que permanecían abrigados en el bosque. Asey no cesaba de enviar órdenes a sus oficiales de mando. Dos levita-trineos imperiales derramaron una lluvia de uniformes con cinturones anti-g sobre el bosque, pero sus cuerpos cayeron acribillados por los francotiradores antes del tocar el suelo; dos cegadores estallidos y un montón de trozos metálicos fue lo que quedó de ellos sobre la nieve. Los batallones que atravesaban el río helado se vieron golpeados por cadenas de explosiones de las minas con temporizador enterradas en el hielo, situadas en zonas claves a todo lo ancho del río, provocando una enorme confusión entre las tropas de choque imperiales.

Asey observaba el caos de miembros esparcidos por el aire y el incesante fuego que llegaba desde el bosque y desde las trincheras. Algunos soldados huían entre la confusión y el pánico, y los que no morían acribillados por el fuego cruzado, lo hacían por las explosiones de las minas, ahogados, o arrollados por sus propios compañeros; renqueantes blindados en llamas colisionaban entre sí; los gritos y el ensordecedor estruendo de las explosiones saturaban el aire mientras Asey contemplaba la escena sin inmutarse, concentrado en el desarrollo de la batalla.

Los cazas de apoyo imperiales se vieron acorralados por enjambres de naves-dardo comandadas por Nusedy, muchas de las cuales surgieron del fondo del río helado; el cielo era un nutrido crepitar de explosiones y disparos. La solidez del apoyo aéreo imperial a sus tropas de superficie se quebró frente a la superioridad y rapidez de los cazas Rebelis, iniciando una precipitada retirada en desorden que provocó su caída; las tropas de tierra, desprotegidas, trataban de reagruparse en una de las granjas abandonadas de la aldea, mientras Asey aguardaba en silencio, preparado para asestar el golpe final.

Observó en la carretera que pasaba junto al bosque, cómo un devastator y dos carros ligeros eran destruidos a una distancia de unos quinientos metros, mientras un grupo de contracarros alcanzaban a otro tanque imperial en la carretera, un poco más abajo; una tanqueta fue incendiada por una patrulla de asalto Rebelis: Se podía ver cómo corrían algunos soldados imperiales, agitándose cual antorchas humanas. Asey fijó su mirada en un carro imperial que había logrado atravesar los linderos del bosque, pero que había quedado inutilizado por una riada de gruesos troncos; otra columna de tanques hizo acto de presencia en la escena; un escuadrón de guerreros Shinday que había capturado un tanque imperial intacto, se unió a esta última columna creando gran confusión; los disparos se sucedían en todas direcciones. Entre tanto, Asey permanecía sereno, a la expectativa.

-Ahora empieza lo bueno -susurró para sí.

Desde las entrañas de la tierra comenzaron a surgir un sinfín de guerreros Rebelis, produciéndose una gigantesca lucha cuerpo a cuerpo en la totalidad del campo de batalla. Los pocos vehículos pesados aún operativos, permanecían quietos, confundidos, debatiéndose en la duda de abrir fuego a sus propios camaradas, que andaban mezclados con los Rebelis, o iniciar una rápida retirada pero, ¿hacia dónde? Aquel inmenso y confuso campo de batalla estaba rociado de hombres del Imperio, embutidos de negro, que se entremezclaban con los uniformes de camuflaje Rebelis, produciendo un fuerte contraste.

Desde su punto de observación, Asey comprobó que en el interior de lo que quedaba de la aldea, se produjo un amplio contragolpe Rebelis. Una inesperada ofensiva que parecía nacer del frío. Triadas de moto-jets de alta velocidad comenzaron a girar en círculos alrededor de lo que quedaba de las tropas imperiales; éstas se reagruparon cerca de una granja abandonada, y se parapetaron entre los restos abandonados de propulsores para cargueros de medio tamaño; la nieve estaba sembrada de multitud de cadáveres. Cuando Nordacu Rasup lanzó su segunda ofensiva, las temperaturas rondaban los diez grados bajo cero, y empezaba a arreciar una fuerte ventisca. Las posiciones imperiales fueron terriblemente castigadas por el fuego artillero Rebelis; algunas de las casetas cercanas a la aldea se incendiaron; siete batallones de asalto Rebelis armados con subfusiles láser y montados sobre ovodiscos, rompieron las líneas imperiales, destrozando los restos renqueantes de los pocos blindados que quedaban.

Aunque las tropas del general Zarkoff estaban siendo aniquiladas, Asey sabía que todavía poseían importantes reservas. Aun así, se felicitó por el plan de batalla ideado por Nordacu Rasup. Quién lo iba a decir, el jorobado rescatado de las ruinas de Zaley-te era un constante pozo de sorpresas y un brillante estratega militar. El espectáculo desplegado ante sus ojos no admitía lugar a dudas, aunque, lamentablemente, no estaba todo dicho.

Desde un tranquilo llano de sus mudas colinas brotó una cadena de fogonazos, seguidos de explosiones que rasgaron el aire en distintos sentidos. Por un momento, los hombres de Nordacu Rasup se vieron obligados a detenerse frente a la granizada de lásers que recibían. Nordacu infundió nuevos ánimos a sus guerreros que, con cautela, emprendieron el asalto de las posiciones enemigas, expulsando a los Casacas negras que se defendían encarnizadamente en las ruinas de la aldea. Nordacu, herido en el primer ataque, aseguró así el éxito de la operación al frente de sus guerreros. Un oficial de los Casacas negras dio la orden de repliegue, pero un capitán se encaró frente a él, insultándole, oportunidad que aprovechó un francotirador Rebelis para volarle la cabeza de un certero disparo. Mutan-Tay se acercó de nuevo a Asey.

-Ya están en las últimas, Asey.

-Siguen siendo unos combatientes tan formidables como despiadados, no lo olvides -advirtió Asey con el ceño fruncido.

-Cierto, no lo olvidaré -dijo Mutan-Tay-. En un principio parecían más ruidosos que peligrosos.

-Esperemos que siga así.

-Por cierto, traigo nuevas noticias de Atsany y Onistaye.

Asey le miró con interés.

-Han logrado penetrar en Ekatón. Están dentro del planeta -dijo Mutan-Tay, exultante.

En esos momentos, la muerte del Conde era la mejor noticia que podía recibir el Premier de los Sistemas Fronterizos y líder de los Shindays.

-¿Estás seguro de lo que me estás diciendo?

-Ha sido confirmado por nuestros espías cerca de la luna Irku. El mensaje es inequívoco.

-Escúchame bien, da prioridad a todos los jefes de sección, es fundamental hallar los holoplanos de las sub-bases imperiales en este sector.

-¿Para localizar sus instalaciones subterráneas?

-Exacto.

-Son extensos complejos militares, caros de construir y mantener, donde habrán invertido una desorbitada suma de recursos, hombres y dinero. Estarán severamente custodiados.

-Todavía no lo entiendes, ¿verdad?

-Disculpa mi ignorancia, Asey, pero no veo…

-Son un punto clave para el abastecimiento de sus tropas en este sector. Si se las quitamos, no podrán pedir refuerzos a Ravalione. Tenemos que quitarles todos sus recursos. No me apetece que se reagrupen y ataquen otra zona -dijo Asey observando el frente.

-Sería un fuerte golpe de efecto -concluyó Mutan-Tay.

-Da la orden de retirada, Mutan-Tay.

-Pero Asey, ¿te has vuelto loco? Tenemos la victoria al alcance de la mano –protestó, indignado, Mutan Tay.

-De nada nos servirá si perdemos a una gran parte de nuestros hombres. No me apetece que mueran guerreros Shinday por acabar con unas tropas que tienen los días contados -razonó Asey tecleando una orden por su intercom de pulsera-. Ahora tenemos que ocuparnos de otros asuntos, así que retiraremos la totalidad de nuestros guerreros en los Sistemas Fronterizos, y nos limitaremos a acumular provisiones, armas y hombres. Haremos alianzas con todo aquel que quiera combatir y… Esperaremos.

-¿Esperar a qué?

-A que llegue nuestro momento. Este general imperial ha sido declarado desertor y actúa en contra de las órdenes de Rebecca. No vendrá el resto del ejército de los Casacas negras a ayudarle. Prefiero que se vea obligado a regresar y que cumpla su castigo en Ravalione.

-¿Su castigo? ¿Quieres decir que será ejecutado?

-Así es. No voy a acabar con él para librarle de su destino. Además, ahora tengo cosas más importantes que hacer. Vamos a contactar con los Triterian, los Hiberiones e incluso los Itsos. Nos ocultaremos y nos haremos fuertes en nuestro silencio. Hemos de prepararnos por si las cosas se tuercen en Ravalione, Mutan-Tay.

-Nuestros hombres echarán de menos a sus familias. Será muy duro.

-Más duro sería que sucediese aquello que pretendo evitar. De todos modos, tampoco será para siempre, lo hacemos para tener un futuro, un futuro de libertad y de vida. Nos prepararemos para lo peor y esperaremos lo mejor.

-¿Y si vienen más generales rebeldes?

-Ya basta. Retirada en todos los frentes. Da la orden. También quiero que nuestro servicio de espionaje encuentre un ejemplar de Koperian. Si la información que poseo es cierta, estamos en una situación peor de lo que esperaba. Ahora, ¡vete! -dijo Asey, impaciente.

-¿Un Koperian? Pero si no existen –dijo Mutan-Tay, perplejo.

-Eso espero. Aunque, por si acaso, tú da la orden.

-Sí, mi Señor -titubeó Mutan-Tay.

Las tropas Rebelis comenzaron el repliegue, situación que Asey aprovechó para comprobar el estado de los heridos y el número de bajas que habían sufrido. Estaba realizando la inspección cuando un Shinday que tenía una fuerte hemorragia llamó la atención del líder Rebelis. Éste se acercó, y escuchó con atención la última voluntad de aquel guerrero, que no era otra que entregar un colgante a su mujer y a su hija pequeña. Emocionado por el recuerdo de su difunta esposa y de su hija Sarah, Asey aceptó la petición guardándose la joya, y dándole su palabra al soldado de que la entregaría a su familia. Al ver morir a aquel guerrero Shinday, Asey no pudo evitar que le embargara la tristeza.

La última vez que vio a su hija estaba embarazada, y desde entonces, a pesar de que sabía que su nieto ya habría nacido, Asey había utilizado todo tipo de excusas para no conocerle, ya que estaba temeroso de cómo sería el bebé y de si habría heredado los poderes de sus padres. Sin embargo, ahora, consciente de que sus miedos le impedían disfrutar de la felicidad de una nueva vida, se prometió a sí mismo que en cuanto preparara a las tropas, partiría hacia Sillmarem para conocer a su nieto. En verdad, la espera se le iba a hacer larga, muy larga.

Lo que no sospechaba el líder de los Rebelis, es que aquel guerrero no era más que un soldado imperial al que habían encomendado la misión de entregarle un rastreador que permitiera seguir sus pasos, y que el general Zarkoff, que supuestamente buscaba su cabeza, en realidad estaba a las órdenes del Conde, y había ideado el ataque a Nemus-Iris con la única intención de poder acceder a él. Desconocedor de la verdad, y convencido de su victoria, Asey había caído en una sencilla trampa que lo situaba en el punto de mira de su mayor enemigo.


Gracias a la colaboración de Gabriel Guerrero



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1 comentario:

  1. Hola Sandra! tienes un premio en mi blog

    http://lorelayps.blogspot.com/2011/02/premio-para-el-blog-gracias-coronada.html

    bss

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