17 julio 2012

XIPHIAS CAPÍTULO VII POR GABRIEL GUERRERO GÓMEZ




Capítulo VII

Asey



“Qué es la vida sino una constante renovación de nosotros mismos, para poder madurar y alcanzar un mínimo de sabiduría en nuestro afán del día a día”.

         
                                       Asey                 

 (Cómo cicatrizar las heridas del alma).



Stephan Seberg, conocido por sus guerreros rebelis como Asey, había logrado llegar hasta el planeta Ankorak. Estaba completamente decidido a contactar con los Sillmarem y destruir la nueva arma que Sagittanovs pretendía comercializar con el Imperio. Habían cometido un error que iba a aprovechar al máximo. El complejo militar y las investigaciones, al ser de alto secreto, tenían todo el material del proyecto en la misma base por lo que la idea de Asey era bien sencilla: si desaparecía la base, desaparecería el proyecto, y con éste la amenaza que se cernía sobre su pueblo. Pero para ello necesitaría ayuda de los Sillmarem. Éstos les proporcionarían el material y equipos necesarios para sacar a sus hombres una vez hubiesen finalizado la misión. Había visto con sus propios ojos el poder destructivo de esta nueva arma.

Sus pies por fin pisaban territorio Triterian. Su viaje había sido largo y duro, muy duro. En unas laderas en las que pocas veces llegaban las nieves se podían percibir gran cantidad de plantas que Asey nunca había visto, cuyas características y propiedades le eran totalmente desconocidas. Debía moverse con cautela, algunas podían ser venenosas. Podía sentir que el día se apagaba y el sol empezaba a descender. Algo más arriba, terminaban las insólitas llanuras de cuarzo negro de aquel lugar y el terreno se hacía más y más boscoso. Hizo un alto para tomarse un respiro, embadurnándose con una crema mimética en el rostro y los brazos que le camuflaba entre los nuevos vegetales de la espesura. Siguió escalando las rocas y atravesando la maleza con agilidad mientras pasaban las horas. Viajaba por la noche y se ocultaba durante el día. Su intercom de pulsera recibía nuevas noticias del satélite del planeta. Los viejos códigos que en su día le había entregado uno de los líderes Triterian, Anud Corintian, aún eran válidos. Comandos imperiales se hallaban esparcidos por las fronteras de Sisfrón. Querían su cabeza, la cabeza del líder Rebelis, del único hombre que se había atrevido a plantarles cara fuera del Imperio. Las aldeas fronterizas habían sufrido una imponente cantidad de ataques de castigo y desembarcos imperiales en la vertiente más accesible de las montañas. Los Casacas negras estaban cumpliendo a rajatabla las órdenes del Imperator: aplastar cualquier tipo de resistencia.

Cuando cayó la noche, un viento que soplaba frío y cortante le hizo sentir que se le helaban los dedos de las extremidades. Asey estudió el relieve de aquel territorio y contempló los picos nevados de sus cumbres. Ponerse al descubierto era una temeridad. Necesitaba contactar con sus hombres lo antes posible. Rogaba para que no localizasen su lanzadera camuflada. Los cazadores del Imperio jamás sospecharían que su viaje se estaba produciendo a pie. Era algo inesperado e impredecible. Además, probablemente la mayoría de los espacio—puertos del planeta Ankorak y sus estaciones orbitales estuvieran atentamente vigiladas por sus espías. Él era un Rebelis, un Shinday, soportaba mucho mejor la adversidad que mucha gente normal, estaba habituado a las condiciones extremas de la guerra. Esta era la vida que había elegido, una perpetua lucha y huída hasta asegurar la libertad y paz para su gente, los pueblos Rebelis de Sisfrón.

Súbitamente tres siluetas aparecieron rodeándole y apuntándole con subfusiles de tiro rápido. Maldita sea, no los vi venir. Deben usar camuflaje termo—óptico corporal, pensó angustiado. Antes de que pudiese reaccionar uno le lanzó un dardo bloqueante, una descarga eléctrica sacudió su cuerpo. Era un comando de Casacas negras aislado de su unidad principal. Estaban en misión de rastreo y se habían topado con una pieza de caza muy especial, pero surgió algo inesperado. Frente a Asey, las cabezas de sus captores estallaron casi al mismo tiempo y sus cuerpos se derrumbaron sobre el terreno.

Un grupo de guerreros Shinday que les habían estado siguiendo la pista, armados con rifles con miras telescópicas, los habían interceptado justo a tiempo. Era una guerra sucia, cruel y sin cuartel entre el Imperio y el pueblo Rebelis. No había lugar para la compasión en aquellas tierras. Uno de los guerreros pareció identificarlo.

—Asey, ¿eres tú? Te dimos por muerto —murmuró asombrado el guerrero Shinday.

—¿Cómo te llamas? ¿Cómo me has localizado? Responde —exigió Asey.

Por un instante el guerrero no supo cómo reaccionar, uno de sus lugartenientes activó un identificador de ADN.

—No es un Metamorfo, ni un clon, ni un Sintoide. Es Asey —corroboró sin poder ocultar cierto regocijo en la voz.

Asey percibió una mirada de dolor y consternación por su lamentable aspecto. Parecía haber envejecido muchos años. Reaccionó como era típico en él.

—¡A qué esperáis, lobos nocturnos! ¿Es así como se recibe a un hermano?

El tonó de su voz les sacudió como un latigazo haciéndoles reaccionar con prontitud.

—¿Cómo me localizasteis? ¿Sólo sois vosotros? —preguntó Asey acariciándose las muñecas con una mueca de fastidio en su rostro. La descarga eléctrica había sido muy dolorosa.

—Por vuestro intercom, pero ellos se adelantaron.

—He sido un estúpido imprudente —maldijo Asey—. ¿Qué hacéis aquí? ¿Os envían a buscarme?

—Sufrimos una emboscada de un Androkaze. Murieron todos excepto nosotros —explicó el Shinday.

—Lo lamento —susurró Stephan suavizando el tono de su voz y acariciándose de nuevo las muñecas, dolorido—. Me habéis salvado la vida, mi mente es vuestra mente, mi corazón es vuestro corazón —recitó Asey a la manera Rebelis.

—Estuvimos allí, fue horrible, una gigantesca bola de fuego hizo temblar nuestro refugio del interior de la montaña.

—Entiendo.

—Y ahora, ¿qué vamos a hacer, mi Señor?

—Regresaremos a mi transporte. Debemos contactar con los Sillmarem y organizar un encuentro en Keram. Necesitaremos su ayuda —terminó por decir Asey mientras iniciaba camino para reunirse con el resto de sus guerreros Shinday en la capital.





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