21 marzo 2011

SHINDAY CAPÍTULO XI

XI
LA ESTACIÓN

“Si cedes a los actos de injusticia, terminas dando paso a la tiranía, y como consecuencia a la esclavitud, condenándote a ti y a tus hijos”.
Stephan Seberg.
(Reflexiones en el atardecer)

Stephan observaba con atención el dibujo de la señal trazada sobre su holoimagen de seguimiento, con lo que él sospechaba que era el diseño de los planos interiores de la fortaleza del Conde en Thanos, en el planeta Ekaton. Los biolocalizadores implantados tanto en Onistaye como en Atsany habían sido adaptados a sus biorritmos, de tal manera que la señal emitida cesaría si estos fallecían para evitar que descubrieran su fuente de transmisión final. Pese a haberlos dado por muertos, para sorpresa de Stephan, aún se mantenían con vida, al menos así lo señalaban sus constantes vitales. Curiosamente, y esto era lo más inquietante, hacía tiempo que la señal se repetía desde el mismo sitio, como si no se hubieran movido, lo cual era bastante extraño para el líder Rebelis, ya que sus constantes parecían estar al mínimo. Poco imaginaba Stephan que se habían convertido en estatuas decorativas del salón del Conde.

Tras abandonar los territorios hiberiones, se dirigieron a Alexa, la capital de Andriapolis-Alpha, donde tomarían un transporte que los llevase a Ankorak, la tierra de los exploradores Triterian. Durante esta parte de su viaje, Stephan prefirió ir vestido de paisano y tomar transportes regulares para evitar ser localizado. Era una precaución que tomaba cuando salía de Sisfron ya que su viaje no era oficial y no quería llamar la atención en absoluto.

A medida que se acercaban a la estación central de Alexa, Stephan notó que había un movimiento anormalmente numeroso de tropas. Parecía como si hubiese sucedido algún tipo de acontecimiento extraordinario y la ciudad se encontrase sitiada. Pensó que tal vez se estaba celebrando algún tipo de evento que requiriese esa vigilancia, y aunque estuvo tentado de cambiar de ruta, al final decidió seguir adentrándose en la fortaleza que parecía haberse convertido la capital de Andriapolis-Alpha.

Después de pasar varios controles y de intentar, infructuosamente, saber qué pasaba, por fin Stephan, Mutan-Tay y el resto de guerreros Shindays que les acompañaban, llegaron a la gran estación central. Un enorme edificio de plastanio azul con forma de media luna, capaz de albergar a más de un millón de personas en su interior. Desde el exterior se podían contar hasta diecisiete grandes cosmonaves acercándose con precisión a los muelles. Un auténtico espectáculo para la vista, con sus grandes puentes de mando e interminables hileras de camarotes. Los deslizadores de mantenimiento orbitaban a su alrededor, sus coloridas y brillantes luces de posición parpadeaban sin cesar.

-¿Tenéis todos las holotarjetas de acceso? –preguntó Stephan a sus Shindays.

Éstos asintieron.

-Bien, no quiero que tengamos problemas por una tontería. En cuanto entremos, Mutan-Tay y yo iremos a por los pasajes. Vosotros esperaréis e intentaréis averiguar por qué hay tanto movimiento de tropas por la zona. En marcha –dijo con resolución.

A Stephan no le hizo falta que ninguno de sus guerreros le informara ya que nada más cruzar la entrada, vio cómo en todas las holopantallas gigantes de la estación se estaba dando un informativo de última hora avisando no sólo de que Sillmarem había revelado su localización sino de que estaba siendo atacada por un ejército desconocido por la Interfederación. Mientras escuchaba los llamamientos a la calma de la presentadora y las advertencias de que quedaban suspendidos todos los transportes a los cuadrantes en peligro, Stephan, a pesar de ser un experimentado guerrero, se quedó completamente paralizado viendo cómo se sucedían las imágenes de los primeros refugiados de Sillmarem desembarcando en las bases militares de uno de los planetas miembro de la Interfederación.

Poco a poco fue asimilando tan dolorosa información, comprendiendo su significado. Lo que él más temía estaba sucediendo, y ni siquiera eso, ya había sucedido. Mientras atacaban Sillmarem, él había perdido el tiempo viajando de un lugar a otro en busca de ayuda, una ayuda que ahora ya no servía de nada. Estaba seguro de que ese ejército desconocido por la Interfederación no podía ser otro excepto los Koperian, y que seguro que el Conde era quien los dirigía. Se enfureció consigo mismo por no haber previsto un ataque a Sillmarem, convencido de la infalibilidad de sus campos de ocultación. Creía que el Conde de hacer algo, lo haría en Ravalione, pero nunca en Sillmarem. Mientras volvía a ver las imágenes de los heridos, pensó en su hija y en su nieto, intentando buscarlos entre los rostros apagados que aparecían en pantalla.

-Tenemos que ir –dijo Stephan.

-¿Estás loco? No podemos, los accesos están cerrados, ya lo has oído. No podremos tomar un transporte hasta que todo esto pase. Sería mejor dar un rodeo.

-No. Nos vamos ahora.

-Pero… -intentó decir Mutan-tay.

-Vamos –dijo Stephan agarrando a Mutan-Tay por el brazo y dirigiéndolo a los servicios. Con un gesto hizo que los demás le siguieran.

Cuando llegaron, entraron todos menos uno, al que Stephan ordenó hacer guardia y no dejar pasar a nadie. Tras entrar, Stephan se dedicó a buscar todas las cámaras para implantarles un distorsionador que provocara interferencias en la imagen y el sonido y así evitar que pudieran escuchar su conversación por los canales de vigilancia internos.

-Escúchame, Mutan-Tay, escuchadme todos. Tenemos que ir a Sillmarem ahora mismo, no hay tiempo que perder.

-Asey… -dijo Mutan-Tay.

-No me interrumpas, por favor. Sé que no habrá transportes, pero no importa, robaremos uno. La mitad de vosotros vendrá conmigo y la otra mitad irá con Mutan-Tay. Tenéis que ir a Nemus-Iris y avisar a los Niskatares para que comiencen a moverse, aunque imagino que ya sabrán lo que ha pasado. Ahora nos separaremos. En cuanto podáis, venid a Sillmarem.

-Pero Asey, no es seguro, es mejor no separarse. Vayámonos todos a Nemus-Iris y desde ahí nos dirigiremos a Sillmarem. Tú solo no podrás hacer nada –explicó Mutan-Tay, preocupado.

-Sé que no puedo hacer mucho yo solo, pero tengo que buscar a mi hija, es importante. Debo encontrarla –dijo Stephan con una convicción que no admitía réplicas.

-De acuerdo. ¿Qué hacemos con los planos del palacio de Thanos?

-Guárdalos tú. Dáselos a los Niskatares, ellos sabrán utilizarlos. Bien, ¿todo claro?

Todos asintieron.

-De acuerdo. Tú, tú y vosotros cuatro venís conmigo –dijo Stephan señalando a tres shindays- el resto con Mutan-Tay. Salid dos minutos después de nosotros. Antes de salir, desconectad los distorsionadores. Mi mente es vuestra mente, mi corazón es vuestro corazón.

Tras despedirse, Stephan y sus guerreros salieron de nuevo al hall de la estación, y nada más salir, empezaron a buscar un transporte que pudieran llevarse. Un par de minutos más tarde, Mutan-Tay y el resto de los Shindays abandonaron los servicios para adquirir los pasajes a Nemus-Iris. Sin embargo, Mutan-Tay estaba preocupado y decidió subir a una planta superior para vigilar a Stephan desde una posición de altura y así asegurarse de que conseguía su objetivo.

Desde una barandilla de la primera planta, los guerreros Rebelis comenzaron a buscar a Stephan entre la multitud. Después de varios minutos, uno de ellos avisó a Mutan-Tay y le señaló dónde estaba Asey. Tanto él como los demás Shindays que le acompañaban habían conseguido ya unos uniformes del personal de mantenimiento y parecían moverse con soltura por aquel enorme lugar. Cuando estaba a punto de continuar con su cometido, ahora que le tranquilizaba el hecho de que Stephan estuviera bien, Mutan-Tay vio algo que le pareció extraño. Era un grupo de mujeres altas y fuertes que aunque intentaban pasar desapercibidas, se hacían notar desde lejos. Mutan-Tay supo que eran Walkirias desde el primer momento, y un escalofrío recorrió su espalda. Junto a ellas, una hermosa mujer de cabellera rubia parecía mirar con atención una pequeña holopantalla que portaba en la mano. Mientras la observaba con detenimiento vio cómo aquella mujer señalaba en la dirección de Stephan, y cómo éste, ajeno a todo, continuaba su misión, confiado. Entonces lo supo, supo que iban a por él.

Rápidamente bajaron, intentando abrirse camino entre la muchedumbre que no se lo ponía nada fácil. Entre tanto, un poco más adelante, Stephan y sus Shindays accedían a un halcón-solar simulando ir a realizar una inspección rutinaria. Él fue el primero en entrar en los conductos de ventilación con la excusa de comprobar el sistema de refrigeración de la nave. No se dio cuenta de que la Walkirias, ataviadas con trajes termo-ópticos de Invenio que impedían que nadie se percatara de su presencia por las inmediaciones, embarcaron por la puerta principal hasta el puente de mando, donde se limitaron a esperar a su presa tranquilamente.

Minutos más tarde, Stephan se arrastraba, junto a sus hombres, por los canales de ventilación. Para su sorpresa, cada planta estaba anormalmente vacía. Se deslizaron, en silencio, y cargaron sus armas. Cruzaron un par de salas buscando el puente de mando. Apenas salieron del conducto del aire, cuando los compartimentos estancos de la planta se cerraron, aislándoles del resto de la nave. Repentinamente, las Walkirias desconectaron su camuflaje dejándose ver. Los Shindays intentaron crear un círculo defensivo alrededor de Stephan, pero fueron reducidos en poco tiempo. Una elástica figura había dejado, con increíble facilidad, a tres de sus guerreros fuera de combate. Se acercó a Stephan que se preparó lo mejor que pudo para repeler la embestida, pero, para su sorpresa, empezó a quitarse los guantes de su armadura de asalto y se quitó el casco dejando caer una cascada de melena rubia. Stephan tardó un poco en reaccionar.

Desde la puerta de acceso, Mutan-Tay y el resto de Rebelis corrían, presurosos, para ayudar a Stephan, pero fueron detenidos en seco por cuatro enormes guardias que les impidieron el paso. Mutan-tay estuvo a punto de atacarlos, aplicándoles una llave que los redujera, aunque desistió de sus intenciones cuando vio cómo el halcón-solar en el que Stephan acababa de subir, cerraba sus puertas, preparado para despegar. Sabía que ya no podía hacer nada por él.

Simultáneamente, en la cabina, y mientras las Walkirias realizaban las labores de desanclaje, la guerrera Homofel del Conde saludó a Stephan.

-Sed bienvenido, mi querido Premier de los Sistemas Fronterizos… ¿o preferís que os llame por vuestro nombre de guerra? Asey, ¿verdad? -dijo aquella voz con el rostro aún oculto por su pelo.

-¿Con quién tengo el placer de hablar? -preguntó Stephan estudiando alguna desesperada vía de escape.

-Mi persona poco importa, pero sé de alguien que está impaciente por que seáis su huésped de honor, y teniendo en cuenta que no recibe muchas visitas, vuestra anhelada presencia será un hermoso presente para él -dijo aquella exótica voz con un acento gutural que le era muy familiar.

Dos Walkirias imperiales le apuntaban con sus armas láser a la espera. Aquella extraña guerrera, por fin, dio su cara a conocer. Era tan hermosa como enigmática, pero había algo, algo que no lograba situar.

-Espero, mi Señor, que en el viaje de regreso a Ekaton no tengáis reparos de disfrutar de la compañía de una Homofel. Me llamo Itsake y ahora, por favor, nada de tonterías. Sería una lástima tener que dejaros un recuerdo de mí, por así decirlo, celo profesional.

Stephan la miró paralizado. Sabía que no tenía opción.

-No puedo evitarlo, soy una perfeccionista y me encanta que mi mercancía vuelva sana, salva y sin desperfectos -añadió Itsake al tiempo que lanzaba un certero golpe al mentón de Stephan haciéndole perder la consciencia en el acto. No tuvo tiempo ni de parpadear.

 



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1 comentario:

  1. Hola, Sandrilla!! Cuanto tiempo sin comentarte.
    Ya veo que estás subiendo los capítulos de la obra de Gabriel Guerrero. Es increíble como este hombre crea estos universos y tecnologías futuras. Me encanta y por lo que veo, a ti también.
    Un beso enorme y perdona mis ausencias.

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