01 marzo 2011

SHINDAY CAPÍTULO VIII

VIII
LOS NISKATARES

 
“Preservar la belleza de nuestra cultura, significa respetar y valorar la belleza de las demás culturas”.
Proverbio Rebelis.
(Sabiduría popular)

 
A Stephan Seberg le hubiera gustado llevar una vida muy diferente a la que llevaba. Sus azuladas retinas, teñidas por una profunda melancolía, observaban la lápida circular de su mujer, Elke, una princesa del pueblo Rebelis. La ancestral costumbre de enterrar a los miembros de una misma familia alrededor de un árbol centenario, para mantener unidas sus raíces y espíritus con la vida del bosque, nunca dejaba de fascinarle. Una rosa de sal adornaba el centro de cada tumba. Tantos sueños por realizar, los sueños de dos jóvenes con ganas de vivir, borrados por una absurda incursión imperial. Elke había protegido con su cuerpo la vida de Sarah, su hija, una preciosa niña que se había convertido en una mujer que hace años inició un sendero que se le tornaba cada vez más oscuro e indescifrable. Lo cierto era que la vida no le había dejado mucho donde elegir, quizás por eso su odio hacia el Imperio y todo lo que representaba era tan profundo. Algunas oraciones Rebelis grabadas en los bordes de la lápida, decoradas con las sinuosas formas vegetales de las ramas, parecían proteger el silencioso sueño de su moradora. Stephan se inclinó, y sus labios besaron con ternura una flor depositada sobre la tumba, para retirarse después, en silencio, hacia el centro de la aldea de Ninume, en la parte sur del planeta Nemus-Iris.

Las hojas del otoño revoloteaban acariciadas por un viento que, al final del atardecer, se volvía más frío. Las esféricas casas Rebelis, fabricadas con barro y cerámica, daban esa sensación de confort y recogimiento tan típico de las tribus Shindays. Siempre rodeados de multitud de árboles, nada se desperdiciaba, ni el más diminuto trozo de madera. El sentido de la economía y pulcritud Rebelis contrastaban notoriamente con sus profundas creencias panteístas de la vida, sin perder por ello un ápice de su coraje luchador. Cada casa, en su interior, poseía un túnel conectado mediante pasadizos con un lugar de reunión y fuga donde siempre había algún vehículo hábilmente camuflado. Los animales, tanto los perros como los halcones, les alertaban de la presencia de cualquier desconocido. Esa, en apariencia, sencillez externa, ocultaba un sofisticado sistema de defensa y alarma. No eran simples nómadas, sino un pueblo muy habituado a luchar cada día por su supervivencia contra los excesos del Imperio.

Stephan Seberg se introdujo en una de las casas esféricas más amplias de la aldea, comprobando cómo los siete Niskatares de las siete naciones Rebelis, le aguardaban en silencio, sabedores de sus últimas andanzas contra al Imperio. Con un gesto, dos guerreros Shinday abandonaron la estancia dejándoles a solas. Un pequeño cubo de incienso comenzó a arder; cada miembro le saludó en silencio. Stephan aguardó, conforme indicaba el ritual de hospitalidad Shinday; una mujer se acercó y depositó un cuenco de té y una bandeja con unos cuantos frutos sobre la mesa; Stephan tomó un sorbo, invitando al resto de jefes a hacer lo mismo.

–Sé bienvenido, Gran Munjat. Te felicitamos por tu reciente victoria frente a las tropas imperiales, aunque no entendemos tu retirada -dijo uno de los Niskatares con voz grave.

-Hace muchos años que me conocéis, bien sabéis que hay un motivo tras esa forma de actuar -respondió Stephan volviendo a beber y observando las reacciones de cada Niskatar.

-Ya declaramos la Ola-Tahey al Imperator, y se cumplió. ¿Piensas declararla otra vez? -preguntó con ironía, otro de los Niskatares.

-Esta vez, me temo, que de poco nos serviría.

-¿Por qué motivo? ¿Qué te inquieta tanto, querido amigo? -pregunto otro Niskatar.

-Creo que la verdadera amenaza ha sido, y es, el Conde Alexander Von Hassler. Él es el cerebro e instigador de tantas desgracias para el pueblo Rebelis. Desea hacerse con el Imperio, estoy convencido de ello, aunque no sé por qué. Envié un comando para neutralizarlo.

-¿Y? -inquirió otro Niskatar con inquietud en su voz.

-Nada sé de ellos, y no tener noticias significa que éstas son malas -contestó Stephan, inclinando la cabeza.

-Fuiste imprudente, puedes habernos traído la desgracia a todos -dijo el más anciano de los Niskatares.

-Creedme, necesitaremos nuevas alianzas para lo que se avecina. Ese extraño pueblo, los Koperian, presiento que son una amenaza aún mayor que el Conde. Necesitamos saber más sobre ellos, aunque no será fácil. Ya he avisado a los Homofel, y ahora partiré hacia Andriapolis-Alpha para buscar una alianza con las tribus Hiberiones y con los Itsos. Después iré al planeta Ankorak a ofrecer un pacto a los Triterian.

-¿Qué quieres que hagamos nosotros?

-Proseguir con la evacuación de nuestros civiles, y después, aguardar nuestro momento. Debéis conseguir todos los hombres, armas, alimentos y medicinas que podáis. Hay que prepararse para lo que nos pueda venir -dijo Stephan, pensativo.

-¿Tan seguro estás de esa amenaza? –dijo, de nuevo, el Niskatar más anciano.

-No lo puedo demostrar, ya que incineran sus cuerpos antes de ser atrapados sin dejar el más mínimo rastro o pista, pero… ¿sabéis lo que eso significa? -interrogó Stephan, mirando fijamente al hilo de humo que se alzaba en el centro del círculo de los allí reunidos.

El silencio fue su respuesta.

-Dinos tú el significado que te atreves a otorgarle.

-Esa raza no quiere que se sepa nada de su origen, ninguna información o debilidad. Quieren actuar en el más profundo silencio, y están dispuestos a sacrificarse para ello. Una raza así es muy capaz de hacer cualquier cosa para lograr sus objetivos cualesquiera que estos sean, y me temo que su sentido de la jerarquía y del sacrificio personal, dista con mucho de lo que conocemos actualmente los seres humanos.

-¿Son humanos?

-Lo ignoro, pero disponer de un ejército que no se inmuta a la hora de morir, es una aterradora arma de conquista.

-¿Cuántos efectivos son? ¿Son inteligentes?

-Poseen una tecnología avanzada, aunque no sé hasta dónde ni si son capaces de eliminarse a voluntad o solo ocurre cuando mueren. Tampoco conozco cuantos son, pero no deben ser pocos. Hay indicios de que se han aliado con alguna fuerza conocida, sospecho que el Conde, y de ahí mi inquietud.

-No hay peor enemigo que aquel que no se conoce –dijo el Niskatar anciano.

-Por eso, sólo podemos prepararnos y esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

-¿Quieres decirnos que el Imperio no es nuestra única amenaza? –dijo, preocupado, un Niskatar con el rostro lleno de cicatrices.

-Quiero decir que puede haber una amenaza peor –explicó Stephan que no quería hablarles de la existencia del elixir ni de la posibilidad de que el Conde lo obtuviera.

-Los Hiberiones son sólo cazadores y comerciantes, apenas se sabe nada de los Itsos, los Triterian son exploradores, y la Interfederación ya no es lo que era, su fuerza quedó muy mermada en la última guerra contra el Imperio. ¿En verdad crees que hay alguna posibilidad para nuestro pueblo? –preguntó, de nuevo, el mismo Niskatar.

-Si un pueblo como ese proviene de más allá de las Tierras Vírgenes, es posible que ahí tengan sus propios enemigos. Deberíamos tenerlo en cuenta para aliarnos con ellos.

-O puede que estos mismos se vuelvan contra nosotros -añadió otro Niskatar.

-Entonces, únicamente podemos esperar, y actuar en silencio.

-Tu hija es una princesa Rebelis, está casada con el Señor de Sillmarem. Debe hacer valer sus derechos y otorgarnos su ayuda -sugirió otra voz.

-Y así será, pero primero deben asegurar el control del Imperio. La protección de Rebecca y el Príncipe es fundamental -explicó Stephan.

-Aguardaremos tu señal, los guerreros Shinday se prepararán para esta nueva amenaza -dijo uno de los Niskatares.

-Yo partiré con Mutan-Tay. En caso de que me sucediera algo, él asumirá mis poderes hasta que elijáis a un nuevo Munjat.

Dicho esto, se alzó, y tras las rituales palabras de despedida, salió al encuentro de Mutan-Tay. Mientras salía y ponía rumbo a la casa en la que se encontraba su fiel compañero de viaje, Stephan pensaba en que cada día que pasaba, él se hacía más viejo y su hija, debido a la ingesta del elixir de Vitava, se hacía menos humana. Se preguntó qué haría si ésta se convertía en un monstruo y se volvía contra las gentes a las que tanto amaba, ¿tendría que matarla con sus propias manos? ¿Qué nueva raza habría surgido de su unión con Valdyn? Quería conocer a su nieto pero, ¿y si éste heredaba los poderes de sus padres o algo peor? Si se rebelaba, ¿tendría que eliminarlo a él también? Matar a su hija, a su nieto, a Valdyn… jamás pensó que pudiera verse en semejante tesitura. Hay que destruir esa maldita fórmula de una vez por todas, se dijo a sí mismo al tiempo que apretaba el paso.


 



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