31 enero 2011

SHINDAY CAPÍTULO IV


IV
EL COMPLOT

“Nos escudamos en nuestra evolucionada racionalidad para justificar los actos más irracionales que la imaginación pueda crear. Solo hace falta echar un vistazo a la historia de nuestros antepasados, todos comenten el mismo error, la perpetuación de sus errores y nuestra fe ciega en la infalibilidad de la lógica”.

Conde Alexander Von Hassler.
(Nadie puede controlar lo inesperado)

 
Las órdenes de Asey no dejaban lugar a dudas, la muerte del Conde Alexander Von Hassler se hacía imprescindible para impedir el resurgimiento de los vientos de guerra que amenazaban con azotar todos los mundos libres o, al menos, así lo creía el líder de los Rebelis. Onistaye, junto a un comando de guerreros Shinday de los clanes Rebelis procedente de los Sistemas Fronterizos, llevaba una semana preparando la culminación de una misión que, a todas luces, se le antojaba como suicida en el mejor de los casos. Penetrar en el planeta Ekaton era todo un logro; el Conde había demostrado ser mucho más meticuloso respecto a las medidas de seguridad que su difunto tío, Viktor Raventtloft I, y ahora tanto el planeta como su ciudad-capital, Thanos, eran una gigantesca fortaleza erizada de trampas, controles, espías, centinelas y todo tipo de dispositivos. Cualquier paso precipitado podía ser letal, aunque si algo habían aprendido los guerreros Shinday tras años de lucha contra el Imperio, era a tener paciencia. Y la iban a necesitar, ya que aún debían cruzar un par de cinturones de seguridad para llegar a los famosos bosques exteriores de Thanos, hacerse con un vehículo transportador de madera, y penetrar en la capital.

Con soltura, Onistaye conectó sus lentes-infrarrojas, la noche empezaba a superar los restos de luz de lo que quedaba del crepúsculo. Cerró el cuello de su abrigo; permanecía quieto y oculto, semienterrado, en un suelo rodeado de hierbas, estudiando el terreno y las rutinas de entrada y salida de transportes y tropas de la capital. Aguardaba respirando lenta y profundamente; sus hombres parecían fabricados de tierra y matojos, estatuas capaces de soportar casi cualquier cosa: frío, viento, calor, nieve, y como en ese instante, una fina llovizna que los azotaba de canto, muy típica de aquellas tierras. Atsany se ajustó los cierres de su capucha.

Onistaye, sumergido en profundas reflexiones, ignoraba los discretos comentarios de Atsany, cuyas palabras parecían resbalarle por los oídos sin apenas apreciar su significado.

Atsany, no sin cierta inquietud, se decidió a preguntarle. Un aumento de la actividad de las patrullas de vigilancia los puso en alerta.

-¿Crees que son Walkirias imperiales? -preguntó Atsany susurrando y peinando el terreno con la mirada.

-Es posible. No creo que esperen encontrar a nadie en las espesuras de los bosques, y mucho menos, tan cerca de la capital. Aun así, son endiabladamente precavidos -dijo Onistaye.

-Llevamos aquí una semana y… nada -hizo notar Atsany.

-Procuraremos seguir como hasta ahora, y evitar salir a espacios abiertos durante el día -murmuró Onistaye observándolos con cuidado-. No te inquietes, nuestra oportunidad llegará. Silencio y paciencia.

-¿Crees que alguna unidad aérea con satélites de seguimiento nos pueda localizar? -preguntó Atsany con cierta ansiedad.

-No me extrañaría lo más mínimo, pero, de ser así, nos habrían cazado ya. Además, hemos usado un transporte submarino de Sill, su tecnología los hace indetectables, no creo que lo hayan localizado. Mientras permanezca oculto en el mar aguardando nuestro regreso, todo irá bien. Solo debemos preocuparnos de nosotros mismos y de no cometer ningún error.

-¡Gran espíritu de Zaley-te! están por todos lados -maldijo Atsany en voz baja.

-Sabes tan bien como yo que esto solo es el principio, y que esta olla a presión en que se han convertido los movimientos del Conde en los Sistemas Fronterizos, no ha alcanzado su máximo clímax. Se están preparando para algo, algo grande -susurró serenamente Onistaye.

-Pero si hace mucho que Rebecca Sillmarem controla la regencia del Imperio.

-Pero no controla al Conde, ese ha sido un error fatal. Él es el auténtico causante de todo. Su tío el Imperator, era otro medio para lograr sus fines.

-Y Asey lo sabe.

-Lo sospechaba hace tiempo.

-En el Imperio nos quieren muertos a cualquier precio, no estaremos seguros hasta llegar a los bosques, si es que en nuestras actuales circunstancias se puede estar seguro.

-A los Rebelis siempre nos han querido muertos en el Imperio, querido amigo, no es una novedad para nosotros -ironizó Onistaye.

Probablemente no salgamos de esta, pensó por un momento.

-Entonces, tomémonoslo con calma -susurró sonriente, Atsany.

-No muy lejos de aquí, más al norte, hay un depósito de maderas conocido como Elzef. Nos acercaremos allí, y aguardaremos hasta hacernos con un transporte de maderas para introducirnos en la capital -dijo Onistaye.

La brillante luz de la luna era envuelta por intermitentes bancos de nubes. Onistaye transmitió la orden de marcha a cada uno de sus guerreros Shinday que, por parejas, cruzaron con lentitud un casi interminable mar de trigales, mecidos por la húmeda mano del viento, siendo plenamente conscientes de que cualquier instante podía ser el último de sus vidas. Atsany sentía cómo la hierba se hundía bajo sus pies a medida que ganaban terreno, con Onistaye a su lado, el cual se había hecho un implante de memoria en Zaley-te. Un paquete de caminos, comunicaciones, abastecimientos y planos geográficos, topográficos y demás datos de la ciudad de Thanos que podrían serles útiles.

Comenzó a practicar, en silencio, el spangle con acento de Ekaton, un spangle muy gutural. Su implante de memoria de la ciudad le impregnó la mente con retazos de su extraordinaria disposición estratégica; gran cantidad de canales circundaban la capital con exuberantes jardines, riadas de hermosa vegetación y estatuas que se erguían con porte majestuoso hacia la bóveda celeste que cubría aquella enorme urbe. Onistaye, con sus sentidos en máxima alerta, siguió fijando con atención los ojos en un grupo de transportes que se vislumbraban a lo lejos, saliendo de la factoría de madera. Estudiaron el terreno con precisión, y solo cuando se cercioraron de que la zona estaba despejada, se acercaron a uno de los transportes con cautela, avizorando el más ligero atisbo de señal o ruido anormal.

-Bien, es hora de que demos un paseo -dijo Onistaye con aparente despreocupación pero examinando la zona con intensidad.

Dirigiéndose juntos hacia el levito-trailer más rezagado de superficie, se cercioraron de que no había ninguna trampa alrededor, y después de lograr encaramarse a la cabina del conductor, lo eliminaron y se desembarazaron del cuerpo con rapidez, tirándolo a una vía de agua.

Onistaye fue recogiendo al resto de sus hombres, y puso rumbo a Thanos. Atsany interrumpió el silencio mientras observaba atentamente diferentes clases de cactáceas, algunas de tallo en forma esférica o con el típico aspecto de candelabro. Un poco más a su izquierda había varias cereus en flor; la especie denominada cereus nycticalus que abría sus grandes flores por la noche para volver a cerrarlas, marchitas, al amanecer del día siguiente. Este tipo de plantas, provistas de espinas, eran muy apreciadas en el Imperio por sus singulares formas, utilizándose como plantas ornamentales en invernaderos y jardines exóticos, transformándose en un lucrativo negocio para muchos avispados comerciantes, dando sustento así a la filosofía del Imperio de <>.

Es curioso cómo la mente está siempre en constante movimiento, se dijo a sí mismo Atsany. Una súbita inspiración casi le cortó el aliento.

-Podría ser, sí, podría funcionar… -murmuró, pensativo.


 



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