24 enero 2011

SHINDAY CAPÍTULO III


III

LA ALIANZA
«Yo soy la máxima expresión y la esencia más evolucionada del depredador de depredadores, el hombre».
 
Viktor Raventtloft.
(El poder de la célula)

Tres días más tarde, tras la caída de Zaley–te, con una nutrida escolta de guerreros Shinday, Stephan Seberg aguardaba pacientemente una insólita visita, tan difícil de creer como inesperada. Se hallaba oculto y a punto de partir de Zaley–te, en lo más profundo de uno de sus escondites submarinos cerca de las tierras del sur del planeta, cómodamente sentado en un sillón de piel de agua oceánica. Sus ropajes oficiales habían desaparecido, sustituidos por la capa y uniforme de un guerrero Shinday del pueblo Rebelis. Observaba complacido las evoluciones marinas de una gigantesca rhino–ballena azul de lomo moteado que jugueteaba con su cría al otro lado de un gigantesco ventanal submarino.

Stephan sabía que aquella espectacular criatura no podía verle pero sí notar su presencia. Un majestuoso paisaje acuático se mostraba ante sus pupilas. La misma estancia submarina en la que se encontraba, era una gran obra de ingeniería creada por él mismo e inspirada en las lecciones recibidas por los mejores aquaingenieros de Sillmarem.

Se hallaba intrigado por lo que Onistaye le había hecho saber mediante un mensaje cifrado esculpido con un láser–óptico en las retinas de un mensajero Rebelis. Al parecer, Rebecca Sillmarem, la hija del mismísimo Archiduque de Portierland, solicitaba su audiencia y su protección. Era un inesperado golpe del destino justo antes de su inminente partida. Si en verdad era ella, podía suponer un completo giro de los acontecimientos. Miró la lucecita del tubo–ascensor. Varios parpadeos luminosos, el suave siseo y un deslizar de puertas automáticas le mostraron una escolta de guardia Rebelis rodeando a una figura ataviada con una capa de camuflaje.

¡Así que es ella!, pensó Stephan Seberg. ¡Increíble!, ¿cómo demonios habrá superado los cinturones de seguridad imperiales? Puede ser una trampa. Una discreta seña de uno de sus lugartenientes le dio a entender que había pasado los controles de seguridad interna, los análisis de ADN, oculares, dactilares y de voz. Daban positivo. Todo iba bien por el momento.

—Sentaos, por favor. Una levito–silla le fue ofrecida por un guerrero Shinday. Rebecca agradeció el gesto con una silenciosa inclinación de cabeza.

—Sed bienvenida. Lamento no poder ofreceros nada pero nuestras rutas de suministros han sido bloqueadas y creo que de manera definitiva. Bien, ¿en qué puedo ayudaros? —preguntó Stephan.

Rebecca dejó deslizar sobre sus hombros, en un delicado gesto, su capucha, mirándole fijamente a los ojos por un momento.

—Os agradezco a vos y a vuestros hombres la protección y hospitalidad, Señor Premier —su tono de voz parecía sincero.

—¿Cómo lograsteis contactar con mis hombres? —inquirió bruscamente Stephan.

—Un explorador de las fronteras me ayudó. Se llama Nika Corintian, posee buenas relaciones con los Rebelis.

—¿Es ese de ahí? —preguntó señalando a una alta figura custodiada por cuatro guerreros Shinday. No parecía nervioso en absoluto.

—El mismo.

—Poco es lo que puedo hacer ya por vos. Mi pueblo huye y Sisfrón está cayendo bajo las hordas imperiales —explicó Stephan. La rhino–ballena comenzó a alejarse con su cría.

—Sé lo que es eso —dijo amargamente Rebecca.

—Vuestra familia… —comenzó a decir Stephan.

—Creo poseer la llave para derrotar al Imperator —cortó Rebecca secamente. —¿Ah, sí? ¿Cuál es esa llave? —preguntó Stephan.

—No lo sé exactamente pero eso poco importa. El Imperator seguirá arrasando planeta tras planeta, al igual que ha hecho con Zaley–te y Portierland —dijo Rebecca—. Después, en ausencia de toda oposición, asumirá el poder incluso de Krystallus–Nova. Será el principio del fin.

—Necesitareis un transporte que os ayude a llegar a los mundos de Sill —aventuró Stephan estudiando con detenimiento las reacciones faciales de Rebecca— Puede que esto no sea el fin.

Rebecca le miró atónita:

—¿Qué queréis decir? ¿Acaso ignoráis lo desesperado de nuestra situación?

—Dudo que esa sea la verdadera intención del Imperator, aunque sí puede ser la de su sobrino. Corren rumores…

—Me confundís, por favor Señor, explicaos —casi ordenó Rebecca.

—¿Y si Krystallus–Nova perdiera su monopolio? —preguntó Stephan.

—Pero, ¿perder su monopolio? Eso es imposible. En todo caso sería para mejor —dijo Rebecca.

—¿Vos creéis eso?

—¿En qué os basáis para afirmar lo contrario? Dejad de especular os lo ruego y ofrecedme algo más tangible —exigió Rebecca.

Stephan sacó un pequeño estuche escarlata recubierto de terciopelo de su bolsillo y lo puso sobre la mesa, abriéndolo y sacando del mismo un pedazo de lo que parecía ser mineral de Vignis. Se lo entregó a Rebecca y observó cómo lo estudiaba con intensa concentración. Rebecca pudo comprobar que el peso, el tacto, el color, e incluso el olor eran prácticamente iguales al Vignis común, pero su violáceo brillo parecía más intenso. Un fulgor característico, muy brillante. Demasiado brillante, pensó Rebecca.

—Es el mineral de Vignis más puro que he visto en mi vida. Este ejemplar en el mercado valdría una auténtica fortuna.

Stephan volvió a poner el valioso mineral en su estuche y se lo guardó en el bolsillo, dibujando una sonrisa.

—Es falso —aseguró Stephan.

—No puede ser. ¡Estoy segura!

—Bueno en realidad debería decir que no es natural —matizó Stephan.

Rebecca le miró perpleja.

—¿Queréis decir que es…?

—Sí, es artificial —aseguró Stephan.

La alta figura de Nika Corintian, a sus espaldas, apenas pudo disimular una exclamación de sorpresa.

—¿Dónde habéis conseguido…? —comenzó a preguntar Rebecca.

—Deberíais preguntaros en todo caso quién, cómo y por qué ha fabricado esto, junto a las consecuencias que se derivan de todo ello —sugirió Stephan.

—¿Cómo…? —preguntó Rebecca.

—¿Cómo lo he conseguido?

Rebecca asintió en silencio.

—Llegaron hasta nosotros algunos rumores sobre la fabricación de un sucedáneo tan potente como el Vignis, creado con la más sofisticada ingeniería molecular de Invenio. Imaginaos nuestra sorpresa al interceptar un cargamento cerca de Septem donde hallamos una buena cantidad de estas muestras. Como ya habéis podido comprobar es de una calidad muy superior a la normal y en contra de lo que se podría esperar, sus propiedades han sido aumentadas casi diez veces más que las del Vignis natural —explicó Stephan—. Una de las principales preocupaciones a lo largo de las últimas décadas ha sido el agotamiento de las minas de Vignis. Siempre se ha intentado fabricar un sucedáneo pero con escaso éxito. El Vignis es por encima de todo, energía en el más amplio sentido de la palabra. Prácticamente nada se mueve hoy en día sin este poderoso mineral. De sus muchos derivados el más apreciado, como bien sabéis, es el néctar de Vignis o miel de Vignis obtenido mediante un complejo proceso artesanal. El máximo temor por el agotamiento de este mineral no era la carencia de energía, sino la del néctar, que produce un retardamiento de la vejez impidiendo el endurecimiento de los vasos sanguíneos y como consecuencia permite un mayor transporte de oxígeno que favorece la regeneración celular y neuronal hasta ciertos límites.

Rebecca palideció.
—No puede ser, ¡no es posible! Si han logrado aumentar sus propiedades, han logrado… —exclamó Rebecca.

—Aumentar la longevidad —interrumpió Stephan.

—Si Invenio puede fabricar un Vignis de mayor calidad, tarde o temprano cualquier mundo lo hará. El mercado se saturará, los precios bajarán y Krystallus–Nova perderá su monopolio. El Vignis estará al alcance de todos, no solo de los más pudientes. Cada mundo será más independiente. Aunque el Imperator retrasara la salida al mercado de este sucedáneo vendiendo una buena parte de los stocks almacenados y ganara así mucho dinero, después lo perdería. Todos los demás saldríamos ganando. Entonces, ¿por qué tanto interés por Krystallus–Nova? —preguntó finalmente Rebecca.

—Su monopolio ya está roto, pero al parecer el Imperator tiene prisa por hacerse con el control de Krystallus–Nova.

—¿Pretende arruinar especulando? —preguntó confundida, Rebecca.

—No es esa la máxima prioridad del Imperator, ni son estas todas las ventajas del nuevo mineral —dijo Stephan.

—Explicaros.

—Analicemos los hechos. Con este nuevo mineral no solo se aumenta la longevidad. Según mis informaciones en Septem, no olvidéis que este cargamento fue interceptado en uno de sus mundos fronterizos, se están llevando a cabo experimentos con un nuevo potenciador o sustancia que permite el desarrollo y mutación de ciertas características genéticas, utilizando para ello una mezcla de genes alterados anteriormente en otras especies. Se produce entonces un cambio evolutivo cuyo resultado final es un formidable salto genético. Fijaos bien, ya no solo es la fabricación de un híbrido cuyo genotipo es modificado molecularmente produciendo una mutación de genes «puros» de otras especies. Es una mezcla de varios genes alterados de varias especies con resultado final de un ser con talentos potenciados hasta unos límites que ignoramos. Todo esto son solamente rumores, aunque perfectamente viables.

—No todos repiten los chismes que oyen. Algunos los mejoran y otros los exageran o tergiversan —hizo notar Rebecca.

—Puede, pero este nuevo mineral es una realidad y sus nuevas propiedades son una realidad. Por ahora estamos experimentando y estudiando estas muestras, pero todo esto no es lo más importante. Se me ha informado de la posible creación de una nueva raza híbrida denominada Homofel. Una especie de ejército de invasión.

Si pudiésemos aliarnos con ellos, pensó Stephan.

—¿Por qué no mostráis vuestras cartas de una vez por todas, Stephan?

Stephan por un momento pareció dudar y algo extraño en él, parecía inseguro, incluso nervioso.

—Esto que os voy a decir ahora es solo una hipótesis, una hipótesis muy personal, aunque… —titubeó Stephan.

—¿Aunque?

—Tengo la convicción de que puede tener ciertos visos de realidad.

—Aclaraos, Señor.

Stephan dudó por un segundo más, y finalmente se decidió a hablar mientras se acariciaba la barba distraídamente.

—Suponed que los científicos del Imperator hayan creado una fórmula magistral que permite la fabricación de un elixir que perpetúa la regeneración celular hasta unos límites hasta ahora desconocidos e impensables, cuyos ingredientes son de fácil acceso y fabricación. Todos excepto uno de ellos, que no aparece en la tabla periódica de ningún mundo y de cuya existencia solo son conocedores el Imperator y algunos de sus hombres de máxima confianza. Este elemento desconocido es, al parecer, esencial para llevar a cabo la fabricación de este elixir. Supongamos por un momento que este elemento se halle precisamente dentro del ecosistema de Krystallus–Nova o en uno de sus mundos colindantes. Ello podría explicar el verdadero motivo por el control de Krystallus–Nova. De todos modos…

—Necesita ese elemento para completar la fórmula —razonó Rebecca.

—Esto no es lo más significativo del caso.

—¿Es acaso otro sucedáneo?

—Es mucho más que eso. Es una especie de… —Stephan se calló.

—¿De…? —Rebecca le miró.

Aquí Stephan titubeó:

—Elixir de la eterna juventud —dijo Stephan con tono dubitativo.

Rebecca y Nika le miraron perplejos. Ya era de por sí increíble el lograr la fabricación de un mineral como el Vignis, potenciando sus propiedades diez veces más que el natural como para pensar en la fabricación de un elixir que otorgase la renovación de la existencia. Una especie de inmortalidad.

—¿Me estáis hablando de un superregenerador celular que otorgue la vida eterna? ¿Y que está en manos del Imperator? —preguntó con incredulidad Rebecca, con un tono de voz apenas más alto que un susurro.

Poco imaginaba Rebecca que no era uno sino dos los ingredientes de la fórmula magistral que necesitaba el Imperator, encontrándose el segundo en el mismísimo Sillmarem, extraído de la savia de un alga marina conocida como Vitan. De ahí el frenético deseo del Imperator por conquistarlo todo lo más rápido posible.

—Exacto, dicho en términos profanos, sí —un extraño brillo cubría las retinas de Stephan—. Creedme Señora tengo la fuerte convicción, por no decir la certeza, de ello. Explicároslo ahora sin pruebas concluyentes sería perder la fuerza por la boca, pero sería absurdo no tener en cuenta esta posibilidad y sus consecuencias. Ya no estamos hablando de un alargamiento de la vida sino de la vida eterna. Esto en manos del Imperator podría significar la creación de una raza de dioses que mantuvieran al resto del cosmos sometido a perpetuidad —dijo Stephan—. Analizadlo con detenimiento. Esta guerra secreta le provee de un propósito fundamental al Imperator: discreción. Si los otros mundos conociesen o sospechasen de la existencia de esta fórmula lucharían contra él y entre ellos mismos por obtenerla. Sería el caos total. He ahí uno de los motivos de su anticipación.

—Una interminable esclavitud —murmuró Rebecca, apenas recuperada del shock—. Nuestra condenación si no lo impedimos.

—Ni más ni menos que un inagotable purgatorio para todos nosotros. Si además de esta propiedad le añadimos el desarrollo de nuevos talentos tendremos la creación de seres eternos con los poderes y atributos de auténticos dioses. ¿Os imagináis semejante posibilidad en manos del Imperator? Sería la creación del paraíso para unos pocos privilegiados y del infierno para el resto de la raza humana —esto lo dijo Stephan con un acento tan siniestro que Rebecca tuvo que utilizar hasta el último de sus recursos para mantener la serenidad.

Un oscuro temor parecía posarse sobre sus hombros.

—Una fuente de vida de dioses —murmuró con incredulidad Nika, visiblemente impresionado. Algo mucho peor que el infierno, pensó.

—Debéis tener en cuenta, mi Dama, que la raza siempre está en constante evolución. ¿Os imagináis en qué podrían evolucionar tales seres? Tendrían toda la eternidad para mejorar o modificar su genética y sus poderes, produciendo cada vez mayores saltos tanto evolutivos como genéticos. Ello conllevaría la creación y perpetuación de nuevos poderes. Sería una lucha de Titanes. Dioses contra dioses. Se haría realidad lo que para los antiguos era tan solo pura fantasía y mitología —dijo pensativo, Stephan—. Estamos hablando de auténtico poder, la quintaesencia del poder.

Stephan era ante todo un erudito, un hombre de ciencia. Quizás estas mismas palabras en boca de otro habrían sido tomadas a la ligera, incluso ignoradas, pero en sus labios eran simplemente aterradoras. ¿Estaría el hombre preparado para hacer uso de semejante creación? Si el resto de mundos se enterase de la existencia de tal sustancia, ¿no se iniciaría una lucha sangrienta para conseguir y adueñarse de tal elixir? ¿Ello no acarrearía de nuevo inacabables luchas entre los hombres? ¿Se estaba iniciando una carrera por la supervivencia? ¿O por el alcance y supremacía de la eternidad? ¿Era esto lo que el Imperator pretendía ocultar anticipándose al resto de los mundos?

Todo esto es absurdo, absurdo e irreal. Tan solo hipótesis y castillos en el aire. Una vulgar locura mitológica. Una mentira para críos, pensó Rebecca sobrecogida.

—¿Por qué creéis que mataron a vuestro padre, el Archiduque de Portierland? —preguntó Stephan.

Rebecca le miró sin decir nada.

—Porque él sabía de alguna manera lo que el Imperator pretende. Conocía su secreto, la existencia de la fórmula —dijo contundentemente Stephan.

Rebecca empezó a encontrar respuestas a preguntas e incógnitas que hasta ese instante le habían permanecido inaccesibles.

—Vos sabéis o poseéis algo que el Imperator desea a toda costa conseguir y cuya existencia desea que pase totalmente desapercibida —afirmó Stephan.

—¿La fórmula?

—Es más que probable —dijo Stephan mirando significativamente el macuto que portaba Rebecca.

—Debéis llegar a Sillmarem a toda costa. Es nuestra única oportunidad. Y entregar ese libro que portáis en vuestro macuto para que descifren la fórmula en Sillmarem. Solo allí poseen la tecnología adecuada. Nada debe deteneros, nada. Es más, os propongo una alianza.

—Os escucho. El tiempo apremia.

—Mis hombres os proveerán de los medios para llegar hasta la isla Niss. Allí uno de mis agentes os servirá de enlace y os ayudará a llegar a Thenae para contactar con su Rector, Anastas Timónides Krátides y este, a su vez, con Löthar Lakota, guiándoos definitivamente a Sillmarem, con Miklos Sillmarem, vuestro tío —le informó Stephan—. El itinerario de viaje será Nemus–Iris, Andriapolis–alpha, Thenae y finalmente, Sillmarem.

—Y, ¿a cambio de tan generosa ayuda?

—La ayuda de Sillmarem y la confirmación de mis sospechas. Mi servicio secreto contactó con vuestro padre, nos dejó entrever esta posibilidad. Ahora sé que es cierta. Vos poseéis el libro de Ákila, el libro del Imperator. Está fabricado con nanotecnología criptográfica solo descifrable en Sillmarem. Debemos impedir que el Imperator domine todo el universo conocido.

Rebecca asintió en silencio. Stephan Seberg se levantó y, con una elegante reverencia, se despidió.

—Que el poder de la vida os fortalezca siempre —saludó Stephan—. Ahora partid.

Mientras Rebecca era conducida a su transporte quería creer que todo aquello no era más que una historia sin sentido. Las vibraciones de su cabina espacial le hicieron ver que no. Lejanas explosiones aparecían y se esfumaban en la oscuridad de la fría noche, tan fría e insondable como el porvenir que les deparaba a todos el destino.

Tiempo después la mano del Imperator había sido seccionada por el propio Stephan Seberg, declarándose así el final de la Ola-Tahey. Una década más tarde estando el Imperio bajo la regencia de los Sillmarem, Stephan se ve inmerso en una amenaza aún mayor…

Gabriel Guerrero
 



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1 comentario:

  1. Mucho ánimo, mucha suerte y mucho mérito a los que nos auto editamos. Yo auto edité un libro para niños en bubok, Mario Abecedario, y no sólo se han vendido 250 ejemplares, sino que se han trabajado en 4 colegios de la Comunidad de Madrid y hasta he tenido dos firmas de libros. Una pasada y lo que es mejor, una parte de tu sueño hecho realidad. Así que mi más sincera enhorabuena para la autora y a seguir así. Un beso, Gema

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